Este salmo no es una simple oración, es una rendición total. Es el reconocimiento de que no podemos guiarnos solos, de que necesitamos que Dios revise cada rincón de nuestro interior. Pedirle a Dios que nos escudriñe es decirle: “No quiero vivir engañándome a mí mismo, muéstrame lo que tú ves”.
Muchas veces pensamos que obedecer a Dios es un sacrificio, un esfuerzo difícil o una carga pesada. Pero el salmista nos muestra algo diferente: obedecer no es un deber frío, ¡es un placer cuando amas al Señor!